Hoy los olivares están tristes, el 6 de febrero nos dejó Alfredo Barral, uno de los grandes del aceite. En Grandes Pagos de Olivar nos sentimos un poco más huérfanos.
Ya comenzamos a estarlo en 2020 cuando se nos fue Carlos Falcó, los dos fueron cofundadores de esta gran Asociación, pero ambos han dejado caminos marcados y son semillas que germinan y ahijan con fuerza en suelo fértil.
Alfredo llevaba Navarra, la Ribera del Ebro, Tudela y el Queiles en sus venas. Allí había creado una de las almazaras más vanguardistas y bellas del mundo, en la que se hace un aceite de oliva excepcional: Abbae de Queiles.
Tenía en la personalidad inscrito su paisaje, mucha Ribera y mucho Moncayo. La generosidad inmensa de una Ribera del Ebro rica en todos sus matices y el aplomo de una montaña tan emblemática como el Moncayo.
No solo era generoso en lo material, que lo era mucho, sino en lo que más cuesta: en su tiempo y en sus ideas.
La curiosidad, la inquietud y las ganas de aprender lo hacían joven, siempre buscando mejorar para conseguir la excelencia, y lo consiguió porque ha sido una persona excelente.
Alfredo era más de intensidad que de eternidades, y así vivó la vida, exprimiendo cada momento, trabajando sin pausa y llenándola de proyectos. Tenía avidez por conocer a gente que le aportara ideas y las absorbía como una esponja, para mejorarlas.
Ha sido el presidente de Grandes Pagos de Olivar desde la fundación en 2005, hasta 2021. Fueron 16 años luchando para que el aceite de oliva virgen extra de gran calidad ocupara el puesto privilegiado que le corresponde en la gastronomía mundial.
No olvidaremos su pasión en todas las facetas de la vida, su amor por el arte y la estética, su compañía y su contagiosa forma de disfrutar.
Su vida perdurará en el tiempo, porque en cada excelente aceite de oliva español que se elabore, en cada botella impecablemente vestida, bien posicionada y vendida al precio que merece, en cada una de ellas, estará Alfredo Barral.
DEP.