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En este 2021 cargado desde tan temprano de símbolos (el Capitolio, la nieve…) y marcado, por supuesto, por un 2020 sumamente difícil a escala global, me siento invitada a reflexionar sobre la acumulación de situaciones sin precedente a las que nos enfrentamos y su significado profundo más allá de lo que llamamos “actualidad”. Puesta a ello, se me ocurre que, como sociedad, estamos viviendo una fase equivalente a la de las dolorosas contracciones que preceden a un parto, como si este tiempo fuera la antesala de un nuevo periodo en el que todos los referentes conocidos – y ahora en jaque – pidieran ser repensados y renovados con urgencia.

La palabra revolución supone cambio, ruptura y aparición de algo diferente y pienso, precisamente, que todo lo que vivimos últimamente tiene mucho que ver con la Cuarta Revolución, que comienza a principios del siglo XXI y fue oficialmente presentada en sociedad en 2011, en Hannover, con el nombre de industria 4.0. Así como en el siglo XV la imprenta supuso la revolución más importante en contra de los poderes absolutos (monarquías e iglesia) o como el ferrocarril transformó en el siglo XIX la configuración del territorio, también las Smart Industries tienen un impacto sociopolítico inmenso del que aún no hemos vislumbrado el alcance ni por asomo, me temo. En la Cuarta Revolución Industrial confluyen avances tecnológicos que abarcan amplios campos, como la inteligencia artificial, la biotecnología, la neurociencia o la ciencia de materiales y aunque algunos están en sus inicios, otros – como las tecnologías de la información – ya tienen un amplio recorrido y han hecho posible que prácticamente el mundo entero esté conectado en red mediante dispositivos móviles, lo que da lugar a un poder de procesamiento, una capacidad de almacenamiento y un acceso al conocimiento sin precedentes para la humanidad. Por tanto, es evidente que nos encontramos al principio de una nueva era que está cambiando de manera fundamental la forma de vivir, trabajar y relacionarse unos con otros.

En un mundo tan absolutamente global, diverso, interconectado e interdependiente, ¿qué papel han de jugar los estados nación? ¿Y los organismos mundiales? Cuando se hace pública y notoria a través de las redes sociales la falta de respeto de tantísimos dirigentes democráticos de todos los “colores” para con sus obligaciones y sus pueblos, ¿qué afecto cabe esperar de los pueblos para con sus instituciones? Cuando dejamos la comunicación social y el comercio electrónico en manos de unos cuantos monopolios globales, ¿cuál es el precio que pagamos? Cuando prolifera la ingeniería biológica sin el control necesario, ¿a qué estamos jugando? Y un infinito etc. de preguntas más.

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