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Aunque el mes de julio quede atrás a estas alturas, recordareis que, con la llegada del calor sofocante, se quedó Madrid los fines de semana, como solía quedarse solo en agosto – vacío. Y que, al comentarlo, salía inevitablemente a colación el teletrabajo, pues fueron muchos los profesionales que se escapaban de la ciudad el jueves y regresaban el lunes, aprovechando el “formato híbrido”.

Las conversaciones giraban comúnmente en torno al número de días que cada empresa concede para el trabajo en remoto, el número de plazas disponibles en las oficinas para el trabajo presencial, el tipo de perfil del que ha de garantizarse cobertura en la oficina en cualquier circunstancia, o si la empresa permite o no cogerse el lunes y viernes desde casa. ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? Lo que se llama, la nueva logística del trabajo.

El ¿por qué? huelga comentarlo por de sobra conocido (medidas preventivas anti-covid, ahorros de todo tipo, etc.) pero, ¿qué hay del “para qué”? La pregunta (retórica y provocativa), la planteaba a su equipo una amiga, Directora de Innovación para una gran compañía del IBEX 35, y la aplaudo.

¿Para qué? ¿Para qué vamos a la oficina? Antes decíamos que “a trabajar” pero, ahora que lo hacemos desde casa, desde el coche o en la playa, ¿A qué vamos? ¿A seguir enlazando una call con otra y a ponernos los auriculares entre calls, tal y como nos hemos acostumbrado a hacerlo en casa, para poder seguir concentrados? ¿Podríamos o deberíamos en ese caso dejar de ir del todo y seguir en remoto la totalidad del tiempo? ¿No? ¿Por qué? ¿A qué estaríamos renunciando? O lo que es peor, ¿Qué hemos perdido ya en el proceso y a qué coste?

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